“Sucedió así: yo miraba una película sobre un chico fugitivo llamado Chris McCandless, que había abandonado su vida de privilegios y universidades caras para viajar por los Estados Unidos, llegar a Alaska y vivir el sueño de Jack London, pero luego comió unas papas venenosas y murió. Eso fue en 1992, un año antes de que yo naciera. Lloré y me prometí a mí misma abrir una cuenta de ahorros para pagarme un viaje a Alaska, donde yo también podría vivir en tierra salvaje en total soledad. Luego repasé la película tramo a tramo y analicé qué habría sido diferente si el chico hubiese sido una chica”.