«El negrito de la buena suerte».
Pronunciando aquellas palabras, una nube de niños acoge

a Antoine, que pisa por primera vez la plaza principal de Tarija, ciudad del sur de Bolivia.

Tres días antes, Eugène Sembeba, el padre de Antoine, y Daphrose Uzamukunda, su madre, lo habían dejado en el aeropuerto de Zaventem a las seis de la mañana. Como llegaron temprano, Eugène se puso a buscar un lugar tran- quilo para rezar.

Conciliaba hábilmente las obligaciones de médico con las de pastor. Después de especializarse en oftalmología, quiso seguir con la carrera en Bélgica. Pero su sueño se topó con la implacable realidad administrativa. Su título tenía alcance científico y no legal, por lo que no tenía permitido ejercer su especialidad. Los largos y estériles procedimientos lo agotaron, así que decidió abrir un consultorio en Marolles, un barrio popular de Bruselas donde pasó igual de tiempo escuchando los problemas del barrio que examinando los pulmones de sus pacientes. Acto seguido, fundó la Iglesia de la Igualdad de Oportunidades, donde se reunían los nacionales africanos amigos del pastor-doc y rezaban.